Ser coleccionista y tener el mundo en el clóset

Ana Cruz Manjarrez
4 min readSep 11, 2017

En 2011, México ganó el Mundial Sub-17 del que fue anfitrión en siete ciudades del país, una de ellas fue Zapopan.

Cuando Enrique se enteró de que el estadio de Chivas sería una de las sedes, visualizó la oportunidad perfecta para ampliar esa colección de camisetas que ha sido su obsesión durante varios años: “Me propuse intentar obtener al menos un jersey de algún país del que fuera difícil”.

Burkina Faso fue su objetivo. Enrique se anticipó y aunque no habla francés, se las arregló para hacer contacto con el arquero y con un miembro del cuerpo técnico. Confió en su palabra y compró camisetas de la Selección Mexicana para intercambiarlas.

Esa colección no es cualquiera, desde hace años se dedica a rastrear las camisetas que le faltan, el fin lo marca la lista de selecciones afiliadas a la FIFA y regiones no reconocidas (como el Tibet y Groenlandia): tiene 224, le faltan sólo tres: Montserrat, Sudán y República del Congo. Sus últimas adquisiciones han sido Nepal y Madagascar. Cuando lo dice, sonríe orgulloso porque el trabajo de conseguirlas le ha permitido conocer un poco más de futbol, de geografía y hacer amigos.

Aquella vez, el marcador amenazó los planes, Burkina Faso perdió 2–0 con Ecuador, de lo que habían prometido ni se acordaron. Enrique salió del estadio con las manos vacías y fue a esperarlos al hotel, el personal de seguridad lo miró con desconfianza y debió negociar con ellos para acercarse a los jugadores. Rompió el hielo hablando de la belleza de las mujeres mexicanas en una mezcla extraña entre francés, español e inglés, así consiguió la primera de las camisetas, la otra fue un intercambio con el entrenador.

Enrique invirtió siete horas de su vida en hacerse de un par de indumentarias de juego: “¡Hasta después de la segunda lavada dejaron de oler a sudor!” Desagradable para algunos, un tesoro para él.

La historia dice que antes de 1900, las camisetas eran asunto sencillo, evitaban confusiones en la cancha, las telas pesaban sobre el cuerpo, los colores todavía no eran un sello particular. El cliché de “darlo todo por la camiseta” o “por los colores” se construyó después. Hoy, son más que prendas ceñidas al cuerpo para marcar los músculos, están dotadas de tecnología que los libra de la odiosa transpiración y son la materialización de la identidad de un club. ¡Cuidado con maltratarla!

Enrique es padre de familia e ingeniero, todos los días se viste de acuerdo a un trabajo de oficina, las camisetas de futbol no son parte del plan hasta el fin de semana. Las guarda en cajas de plástico, debidamente dobladas y tiene un sistema que evita la repetición. Ni siquiera en un año podría vestirlas todas.

Es aficionado al futbol, le va a Chivas, esa es la única playera de clubes que posee y reconoce que ha sido complicado resistir a la tentación de los diseños atractivos. Sin embargo, ha centrado sus esfuerzos en completar esa colección sin permitirse distracciones porque algunas han exigido a la cartera.

La primera fue una camiseta de Argentina que compró sin la intención de hacerse de una fortuna futbolera. Su inspiración la encontró en la parte final de un diccionario, en esas páginas repletas de banderitas que eran el examen obligado en la infancia. Decidió que quería tener algo de cada país, el deseo fue reconfigurado con la lista de la FIFA, aunque no por eso ha sido más sencillo.

¿Cuántas camisetas tienes en el cajón? Al escuchar los relatos de Enrique y ver las fotografías que lleva de cada una en su computadora, casi cualquier coleccionista parece novato, pero dice que, así como él, hay varios alrededor del mundo. Gracias sus búsquedas intensas por los sitios más recónditos de internet, ayudándose del inglés y del traductor para los idiomas que desconoce, se ha aliado con siete hombres de diferentes nacionalidades, todos comparten el objetivo y cuando pueden, consiguen más de una camiseta y la envían a quien le haga falta. Un intercambio solidario.

Obtener la de Mongolia requirió la ayuda de un amigo brasileño para hacer contacto con un aficionado en la capital de ese país, Ulán Bator, y de la colaboración de un amigo canadiense que hizo el pago a través de Western Union, imposible directamente desde México. Que la de Guinea-Bissau estuviera al fin en sus manos fue resultado de una conexión entre la Federación responsable del equipo, la ciudad de Alicante -ubicación de la fábrica española-, un coleccionista de Gran Bretaña para aminorar los costos de envío y el destino final en Jalisco.

Cuando le pido que me hable de la camiseta más cara, cuenta que por la de República Centroafricana pagó entre cinco y seis mil pesos. La suerte también lo ha acompañado para tener otras a un precio casi increíble.

“En mis alucines buscando jerseys de selecciones nacionales, se me ocurrió contactar a la embajada de México en Guyana y sorpresivamente me contestó una chava que trabaja ahí, quien tenía familia en México y tenía un conocido que fue parte del cuerpo técnico de la selección de aquel país. Además de ayudarme a conseguirla, me cobró sólo 200 pesos y me dio una cuenta bancaria en México para que se los depositara a su mamá”.

¿Cuánto crees que vale toda la colección?, pregunto. Enrique ríe y responde que ese cuestionamiento equivale a preguntarle la edad a una mujer.

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Ana Cruz Manjarrez

Comunicóloga. Reportera. Antes en: juanfutbol, VICE en Español, Cámara Húngara, Goal en Español, Referee. Contacto: an.cmanjarrezt@gmail.com, Tw: @_anniemals